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la vida de un alcoyano: La novela

10.9.04

La novela

Eso es lo que me ha mantenido alejado de aquí. Bueno, eso y el examen de recuperación que por fin he hecho hoy. Ha salido bien. No diré nada más porque creo que soy gafe y ya se sabe qué pase con los gafes.

La novela, ¿qué es eso? De momento es algo que estoy escribiendo. No tiene ni título, pero he escrito algunos capítulos en mis ratos libres. Quisiera que leyérais el 5, que os pongo a continuación.

Antes de que empiecen las críticas, un aviso (legal o no): este capítulo tiene algo de porno, pero ni mucho menos el futuro libro es así. Lo digo porque la edad recomendada sería +13 años o algo así. Bueno, a ver qué os parece. ¿Tendrá futuro? ¿Llegaré hasta el final?

CAPÍTULO 5

El 23 de abril de 1276 los cristianos alcoyanos derrotaron a las tropas moras del caudillo Al-Azraq gracias a la intervención divina de un santo turco llamado San Jorge que se pasó la vida matando dragones y rescatando princesas. El pueblo de la villa de Alcoy, al ver que podían hacer una cacería de moros se abalanzaron sobre ellos y les persiguieron hasta un barranco de las afueras. Allí, los moros, quien sabe si ayudados por algún San Jorge musulmán y pariente de Mahoma, apalizaron a los buenos alcoyanos. Esa es la historia que esconde el hoy llamado “Barranco de la batalla” que volví a ver después de 8 largos años. Estaba igual.

Faltaban 6 días para los sanfermines del 2004 y yo estaba sentado en un autobús de La Alcoyana. Sabía que dentro de un par de minutos volvería a ver las fábricas, una especie de saludo de bienvenida que me brindaba mi ciudad sin ningún tipo de rencor. Sé que salí sin despedirme de nadie, sé que me hubiera gustado despedirme de la Font Roja, del Collao... Pero nunca me han gustado las despedidas, lo siento. Estaba tan abstraído en mis pensamientos y emociones que no reparé en que a un pasillo de autobús de distancia había una chavala de cuerpo más que interesante. Alguien me tenía que poner al día, y de paso disfrutaría contemplando a esa rubia de ojos verdes. Me puse en el asiento del pasillo, me relajé, cogí aire y empecé una conversación en castellano después de mucho tiempo:

- Perdona. – empezaba mal. La rubia espectacular, si era una borde, podría contestar: ¿perdona qué?
- ¿Sí? – Bien. Borde no era y además tenía un gran par de tetas. ¡Dios mío! Creo que aquella camiseta de tirantes tenía demasiado escote. Pensé en decírselo, pero eso sí que sería un mal comienzo. Además, si la chica iba así es porque le gustaba ir así. Podía ser un encanto o una de esas que hace competiciones de rollos. “¡Tía, que me he enrollado con 7! Te he ganado”. Más bien parecía del segundo tipo, pero no me importaba: aquellos ojazos y esas tetas eliminaron de golpe todos mis prejuicios y empecé a ser objetivo.
- Sí, esto... je je je – estaba siendo objetivo, la tía me ponía y yo había caído en la trampa: me había enamorado.
- ¿Cómo te llamas? – se dio cuenta, seguro. Menos mal que cambió los papeles, porque del “esto...” no hubiera pasado.
- Paco, me llamo Paco –yo y mi manía de emular a James Bond (el de Sean Connery si es posible)
- Yo Paula. Encantada – sus ojos brillaron y yo me imaginé a los dos viviendo en una casa en el campo, con dos hijos y un perro.- ¿Qué querías? ¿Nos conocemos?

Mierda, no había cambiado los papeles. Simplemente me había ayudado a empezar. Ahora tenía que hacer frente a dos preguntas –la segunda era fácil-, dos niños malcriados, un perro que no me hacía ni puto caso y una casa de campo en ruinas. Para colmo, en la sierra había un incendio. ¡Es increíble lo que pueden hacer dos preguntas! Te descolocan y te desgracian un bonito sueño. Decidí responder a la más fácil:

- No, es la primera vez que te veo – mi fuerte siempre ha sido la sinceridad.

En ese momento vi que tenía un libro en el regazo: “Diario de un Skin”. Ni idea, pero me serviría para ganar tiempo con la primera cuestión.

- ¿Qué tal el libro?

Me daba exactamente igual, con lo que no escuché lo que me dijo. Por allí había un par de tetas que se merecían el Pulitzer, el príncipe de Asturias y el Nobel, sin contar el “Patrimonio de la humanidad”. Me dijo algo, así que intenté que lo repitiera para no quedar mal:

- ¿Qué? Perdona, no te he escuchado; es que el viaje ha sido largo y... –sonaba a excusa absurda, así que dejé que ella dijera algo.
- ¿Te gustan mis tetas? Como has estado mirándolas tanto rato...

Entonces supe que el mejor día de mi vida había empezado.

- ¿Cómo? No, no. Estaba mirando el libro; es que no lo había visto nunca.
- Ya, ya... – su lengua recorrió unos labios finos y delicados. Parecía que se lo estaba pasando en grande.

Yo no sabía ni qué decir ni cómo ponerme. “¿Te gustan mis tetas?” era la típica frase que utilizaban los guionistas –bueno, o lo que fueran- del cine porno para indicar que dentro de nada habría tema. El conductor paró en una cuneta desierta próxima a una fábrica de ladrillos construida sólo con ladrillos – qué paradoja -, se levantó pesadamente del asiento y empezó a bailar al ritmo de una música desconocida que decía algo así como “numa numa gay”. Nos miró con cara de loco salido y se acercó a nuestro asiento de la manera más provocativa que puede caminar un hombre de unos 50 años, calvo, gordo y con una mata de pelo. Detrás de nosotros, casi al final, una mujer con grandes orejas se tapaba el rostro con la cortinilla de las ventanas. “¡¡Buuu!!”, nos dijo. De la fábrica de ladrillos sólo construida de ladrillos salió un tío vestido de pirata y con una espada en la mano. Parecía conocer al conductor, porque se saludaron y parecían muy contentos. El hombre subió, vio a Paula y exclamó: “Joder, ¡qué tetas!”. De repente, estaban todos a nuestro alrededor, incluida la mujer del “Buuu”. Nos miraban. Por desgracia, dejé de soñar y volví a la triste realidad.

Paula estaba allí, luego ella existía. Sus tetas seguían en su sitio, luego existían también. Me volvió a decir aquello de “¿te gustan mis tetas?”, luego Dios... Sí, supongo que existía en aquel autobús lleno de salidos, piratas y mujeres con grandes orejas que no paran de decir “Buuu”. No respondí a su pregunta e intenté crear sin éxito esa imagen surrealista que tan real me había parecido. En vez de eso, la fiera atacó por primera vez:

- ¿Sabes lo que pienso de los tíos como tú? Que sois unos cerdos. Siempre pensando en lo mismo. “Oh, mirad la rubia esa, qué tetas, qué culo...” ¡Qué patético! El mundo sería mejor si Dios no hubiese creado a los hombres, ¿sabes? Mira, vete a la...

Tenía que actuar. Y rápido.

- Bésame y calla. – mi agotado cerebro no pudo pensar nada mejor, pero por lo menos se calló.

Mientras saboreaba aquella victoria momentánea, Paula me pegó un ostión con toda la razón del mundo. Noté que todos se giraron y clavaron sus ojos en mí. Hasta la mujer de las orejas grandes y del Buuu me taladró el cogote con sus ojos rayo-láser. Había perdido una buena oportunidad de ponerme al día, y todo por contemplar dos maravillas, lo único positivo de aquel incidente, lo único que bien valía un buen ostión. ¡Y cómo dolía!